Organización de torneos infantiles de ajedrez: una reconfortante opción para el jugador profesional.



De niño mi máxima expectación era :¿Cuándo jugaré el próximo torneo? Y cuando en esos torneos recibía algún premio, por insignificante que fuera, mi alegría era indescriptible.Recuerdo con emoción uno de los primeros premios que recibí, a los nueve años, de manos de Adelquis Remón, uno de mis primeros maestros, un pequeño libro de la editorial Sopena escrito por Julio Ganzo, titulado "La apertura Escocesa y la Defensa Petroff" . "¡Con doble ff! " Le aclaré yo al periodista holguinero Calixto González, encargado de hacerme la primera entrevista de mi vida para el periódico local Ahora. De más está decir que ese pequeño libro me lo aprendí casi de memoria.
Desde hace algún tiempo organizo torneos infantiles en mi casa. Mi capacidad logística no me permite organizar torneos muy numerosos, pero siempre trato de reunir al menos 7 de ellos, que unidos a mi pequeña Gabriela, pasan una tarde maravillosa jugando ajedrez, pero lo mejor, sin duda alguna, viene después, cuando llega el momento del pastel y los refrescos que entre todos los padres garantizamos a nuestros pequeñines. En el momento de la premiación tratamos de que todos los niños se lleven algún reconocimiento o recuerdo del torneo, pues nuestra consigna es: ¡no hay perdedores, todos ganamos!
En ocasiones, les doy una pequeña charla sobre los errores que he observado en su juego, les hago recomendaciones o les enseño una bonita partida que los anime en su afán de jugar mejor el ajedrez.
Para mí esta experiencia ha sido un retorno a mis comienzos, a mis raíces como ajedrecista, un sano refugio donde olvido mis preocupaciones profesionales y me da la energía suficiente para encarar nuevos proyectos.





Mi tío Toño.


Mi apellido paterno, Arencibia, es muy común en Holguín, mi ciudad natal, y a eso contribuyó sin duda la bendita fertilidad de mi abuela Mercedes, que dejó un legado de 14 hijos y a quien como buen nieto visitaba yo casi todas las tardes cuando salía del colegio, situado apenas a una cuadra de la casa que ella compartía con mi abuelo Elpidio.

Tendría yo unos 7 años y en la inocencia típica de la infancia me llegaron los rumores sobre la repentina enfermedad de mi tío Antonio, que vivía justo enfrente de la casa de mis abuelos.Un infarto le había obligado al retiro inmediato . Ese hecho casual cambió mi vida, pues mi tío, ya retirado del compromiso laboral, podía entonces estar más tiempo en su casa, practicando su juego favorito todas las tardes.
Un día fuí a visitarlo y me lo encontré absorto jugando una partida de ajedrez con un amigo. Aquellas piezas de madera, talladas por la mano experta de algún artesano, atraparon mi curiosidad infantil. Ese pequeño mundo representado por humildes peones , galopantes caballos, raudos alfiles, peligrosas damas y poderosos reyes , divididos en dos ejércitos que se disputan el espacio vital de un tablero escaqueado por 64 casillas, excitaron mi imaginación al punto que luego de acabar la partida le pedí a mi tío que me enseñara a jugar, hecho que se consumó pocos días después.
Luego que mi tío me enseñara a mover las piezas, lo difícil fué que jugara conmigo tantas veces como yo hubiera querido. El solía empezar su match vespertino, con el vecino o algún amigo, a las dos de la tarde, así que yo iba corriendo a su casa y esperaba ansioso a que se levantara de su acostumbrada siesta, que con suerte terminaba a la una y media. Esa media hora debía aprovecharla al máximo, pues apenas su contrincante habitual llegaba ahí mismo se acababa la fiesta, así que en más de una ocasión no pude terminar mi partida, sin más remedio que quedarme como observador, algo que yo hacía con sabia resignación, como aquello de que.. "si la vida te da limones, hazte una buena limonada". Pero, aunque era muy pequeño, apenas unos siete años y medio, tenía mi corazoncito, y aquel ultraje a mi amor propio hizo crecer en mí la idea : "¡Tengo que vencer a mi tío Toño!
Al momento le pedí a mis padres que me buscaran un juego de ajedrez, y no recuerdo cómo pero en esos días cayó en mis manos mi primer libro: Curso de ajedrez Radio Rebelde. En aquellos tiempos la histórica emisora de radio promovía nuestro juego de muy diversas maneras, desde la enseñanza a través de un programa diario llamado "Cinco minutos de ajedrez", conducido por nuestro querido maestro internacional Eleazar Jiménez, ya fallecido, hasta la organización de de un torneo internacional que adquirió con el tiempo un buen prestigio.Simultáneas de ajedrez por todo el país, concursos de solución de problemas, juegos de ajedrez de bolsillos con las fotos de nuestros más destacados ajedrecistas del momento, en fin, una contagiosa fiebre a la que podemos atribuir sin duda alguna la aparición en esos años de buenos ajedrecistas en Cuba.
Ya con ocho años, matriculé en la academia provincial de Holguín, y poco a poco, de la mano de mis primeros profesores, Luis Pupo y Adelquis Remón (quien fué maestro internacional con media norma de GM y fallecido trágicamente en un accidente de aviación en República Dominicana) fuí descubriendo los pequeños secretos que hacen tan bello nuestro juego.
No recuerdo en qué momento empecé a derrotar a mi tío Toño, tal vez la nobleza que transpira el ajedrez aplacó la soberbia de aquel primer momento de indignación, sí recuerdo que con vanidad le mostraba a él y a sus amigos los conocimientos que iba adquiriendo, como el día que les enseñé que con una sola torre y el Rey se puede dar jaque mate, cuando ellos daban la partida por tablas al ignorar el método ganador. De más está decirles que, desde mi perspectiva infantil, disfrutaba muchísimo enseñándole ajedrez a personas adultas y puede que ese precoz ejercicio me haya desarrollado el interés pedagógico ¡Quien sabe!
Mis resultados deportivos en los juegos escolares, tanto provinciales como nacionales, no tardaron en llegar, y mi tío Antonio, mi primer maestro, me acompañó orgulloso varias veces a los eventos nocturnos que se hacían en la academia provincial .Más adelante, cuando empecé a participar en torneos internacionales, tanto dentro como fuera de Cuba ,seguía ávidamente mis actuaciones a través de toda la prensa, y así lo hizo siempre, hasta el fin de sus días hace un tiempo atrás.
Lo recuerdo con mucho cariño , pensativo, con su cigarrillo consumiéndose entre los dedos mientras sus inquietos ojos buscaban el ansiado golpe que le permitiera ganar la partida, musitando su estribillo favorito, especie de mantra que ayudaba a su concentración: "Sí jefe indio, ya verás jefe indio". Nunca le pregunté el significado de esa frase, dejé que mi ingenuidad infantil llegara a creer incluso que los indios cubanos habían inventado el ajedrez antes de la llegada de los españoles a Cuba, y para mí estaba claro que los jefes indios Hatuey o Guamá ,que yo había estudiado en la escuela, algo tenían que ver con ese asunto.
Hace ya tiempo de su fallecimiento, pero cuando voy a mi tierra natal, Holguín, y visito su casa, tengo la sensación que mi tío Toño está al despertar de su siesta y se dispone a empezar una partida de ajedrez conmigo.